El Centro de Día de Lada: un cambio positivo en nuestras vidas

miércoles, 20 de junio de 2012
Mi madre se llama Isabel. Físicamente está muy bien, tiene 90 años, pero la memoria muy mal. No se acuerda de nada prácticamente. Hace tiempo que acude diariamente al Centro de Día de Lada, la escuela, como ella dice, se ha convertido en la vida para ella, pues al menos tiene una ilusión. Tanto es así, que los fines de semana está muy aburrida y echa en falta su escuela. Para nosotros, los familiares, el Centro es un alivio muy grande, sabemos que durante las horas que está allí está bien atendida y estamos tranquilos, podemos hacer neustra vida. No tengo palabras para agradecer al Centro y al personal lo buenos que son para los enfermos y los familiares: son todos muy humanos. Muchas gracias a todo el equipo.

Isabel
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Cuando Pepa, mi suegra, empezó con la enfermedad, coincidió con los últimos tres años de vida de mi madre y se impuso tomar una decisión. Ella pasaba todo el día en casa, solo quería ver la tele, salía de mala gana y en cuanto llegaba al parque se sentaba, con lo que dormitaba sin cesar. Esto acarreaba largas noches preguntando la hora cada cinco minutos, lamentaba lo que tardaba en amanecer y había que darle máss medicación para dormir, lo que hacía que estuviera más atontada. Entonces falleció mi madre y a los tres meses llamaron para entrar en el Centro. Cuando la recogieron el primer día la ambulancia entró hasta el portal de lo mal y poco que caminaba. Todavía no podíamos imaginar el cambio prodigioso que experimentaría. Hoy, después de tres años es una mujer que me recuerda mucho a la persona alegre, confiada y con sentido del humor que siempre fue. Recuperó mucha movilidad, y su relación con la familia es cordial y participativa, conversando e interesándose por cosas cotidianas, hasta que se le escapa algún gazapo, claro. Conseguimos reducir su medicación para dormir a la mitad, con lo que se mantiene más activa. De momento logra burlar el avance arrollador de la enfermedad con ayuda de los profesionales del centro. Empieza su terapia desde que la recogen con una generosa sonrisa y mucho cariño, hasta que avaba el día tras diferentes actividades. Gracias de todo corazón a las personas que forman este gran equipo haciendo posible el milagro.

María José
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La carga emocional, física y psicológica que soportamos las cuidadoras es inmensa, pero gracias al Centro de Día se nos hace más llevadera. Casi todos quienes tenemos que cuidar de nuestros familiares somos reacios a dejarlos en un Centro, por mucho que nos lo recomienden, pues parece que los abandonamos. No es que tengamos miedo a que no los cuiden bien, es más bien sentimiento de culpabilidad, como si sintiéramos que nos desentendemos de ellos. Cuando nos dejamos convencer, nos damos cuetna del error, pues además de estar bien atendidos ante cualquier cosa actúan y te avisan. Tienen personal muy cualificado en la rehabilitación, con instalaciones estupendas. Les aporta un divertimento mayor que el domicilio. Con el tema de la crisis no hacen más que rumorear sobre recortes en Asuntos Sociales, deberíamos de unirnos y no consentir que los gobiernos recorten presupuestos para Centros y Residencias; tenían que existir más, dado que la tasa de envejecimiento cada vez es mayor y se necesitan para tener una vejez con mayor calidad y atención. No tengo palabras para elogiar el Centro: dirección, terapeutas, auxiliares, cocina, limpieza y un conductor de ambulancia que dan atención cariñosa y personalizada. Para nosotras supone un desahogo que nos permite retomar fuerzas para continuar, por todo ello les doy un eterno agradecimiento.

Gelines
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Cuando pensé en informarme si podía llevar a mi madre a un Centro de Día, pregunté al médico si era posible solicitar plaza para ella, porque me estaba preocupando que además de la demencia que tenía pasara una ciática con tantos dolores que empezó a no querer salir de casa para nada. El médico me dijo que sí, que le iba a servir para animarla y tener mejor calidad de vida, y que a mí me serviría para relacionarme con muchas personas con problemas parecidos a los míos. Entonces preparé todos los papeles con la asistente social. La verdad me sorprendí porque no llegó a pasar un mes cuando me llamaron para la entrevista en el Centro de Lada. Decidimos que entraría a ver cómo lo llevaba, cómo se adaptaba al cambio y a la rutina, pero creo que lo pasé yo peor que ella. Del Centro quedé muy contenta, todo el personal es atento, cariñoso, comprensivo y el equipo me ayudó a resolver dudas y también me apoyaron porque me vieron muy nerviosa. Ahora pienso que podría haberlo hecho antes. A día de hoy, después de un año, no me arrepiento y estoy muy contenta y muy tranquila.

Isabel Moreno
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Somos un grupo de personas con enfermos de Alzheimer, que dirigidos por una monitora llamada Eli cuya abuela padece esta enfermedad, intentamos dar a conocer los síntomas. Tratamos de informar cuáles son estos: olvidar, desconocer cosas y otros indicadores por los que hay que consultar al médico para no sentir impotencia de no llegar a tiempo. Son enfermos que necesitan mucha comprensión y cariño, pues son como niños que se pierden y no saben llegar a su casa. Los tratamientos no curan, pero sí ayudan a que la enfermedad sea menos progresiva y más lenta. Tenemos centros especializados donde los atienden de lunes a viernes; allí hacen trabajos mentales y manuales, como la gimnasia. También prestan ayuda a los familiares para que estemos más tranquilos y amparados. Estas personas tienen tal dedicación a los enfermos que hay que reconocer su vocación extraordinaria, por cómo les cuidan, cómo les enseñan y el cariño que les dan. Las familias decimos a los pacientes que van a la escuela. Y ellos van muy contentos. Tanto, que sábados y domingos sienten que les falta algo e incluso están más nerviosos.

Covadonga
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Cuando el neurólogo nos dijo que un Centro de Día sería beneficioso para mi madre, me sentí un poco frustrada, pues pensé que le estaba fallando, que la estaba abandonando, que lo que estaba haciendo no lo hacía bien. También sentí miedo; miedo a que ella se negara a acudir al centro, pues aunque mi madre siempre fue tranquila tenía su genio. El primer día que acudió fue en principio al Centro de Sama, hace algo más de dos años. Cuando la recogieron por la mañana, yo estaba más nerviosa que ella, pero al ver a Loli, la auxiliar, con aquella sonrisa y la expresión tan alegre, mi madre respondió de la misma forma y yo respiré aliviada. Sin embargo, teníamos que esperar a la vuelta. Cuando yo la esperaba a las cinco estaba prácticamente rezando para ver cómo venía y cuando al fin llegó y me vio, me sonrió y me dio varios besos. Yo no sabía si era que lo había pasado mal y al verme se alegró o por qué era. Loli me dijo que estuviera tranquila, al principio había estado un poco nerviosa pero a lo largo del día estuvo activa haciendo las cosas que le indicaban. Al día siguiente, a la hora de levantarla me puse muy nerviosa, no sabía cómo reaccionaría. Cuando me acerqué a la cama me preguntó que adónde íbamos. Yo le dije que a la escuela y ella me contestó que valía. Me sentí aliviada, se levantó y hasta hoy. Actualmente va al Centro de Día de Lada. Lo mismo al de Sama que este de Lada, les estaré eternamente agradecida por la labor que realizan con nuestros familiares, agradecimiento que hago extensible a todo el personal, auxiliares, terapeutas, psicólogos, dirección, etc. A las familias que tengan o estén empezando con un problema como este, yo les animo a que no lo duden y envíen a su familiar a un Centro de Día, por el bien de su familiar y el suyo propio. Lo digo desde mi propia experiencia. Podría decir muchas más cosas en referencia a este tema, pero creo que lo más importante es pedir a todos los trabajadores que no cambien nunca, que no pierdan la sonrisa con la que siempre reciben y cuidan a nuestros familiares y que siempre estén ahí para cuidarlos a ellos y a nosotros mismos. Hablo por mí misma, ellas saben por qué se lo digo. De todo corazón a todos y todas, a cada uno y cada una. Muchísimas gracias.

Pauli
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«Mis temores»

Imagino que cada caso será diferente, o tal vez no, al final, puede que todos nos demos cuenta de la misma forma pues parece que hay una serie de síntomas comunes.
En mi caso no se trató de repetidos olvidos o despistes, que sí había, pero hoy
vivimos muy aceleradamente y hasta los más jóvenes tienen sus lagunas, yo misma, tenía muchos más olvidos que ella, con lo que no fue esto lo que más me llamó la atención, sino descubrirme un día, que llevaba tiempo reprochando comportamientos extraños, fuera de lo común, como pretender mantener una conversación conmigo cuando estaba al teléfono, si era con ella con quien hablaba me colgaba sin despedirse, pérdida de interés por actividades que siempre le gustaron, en fin, una serie de actitudes que puede no fueran alarmantes pero desde luego no eran nada propias de ella, era como si estuviera cambiando de personalidad y empezara a mostrar una cara de la moneda totalmente desconocida.
Parecía que a mi alrededor nadie se daba cuenta, les pedía que la observaran y cuando comentaba mis temores casi me trataban de paranoica; llegué a pensar si no sería así, pero no, yo conocía demasiado a mi madre e intuía que algo no iba bien y a pesar de que opino que nunca se llega a conocer del todo a alguien, digo que la conocía demasiado porque nuestra relación era muy, muy estrecha, casi dependientes una de la otra, así que cogí las riendas y decidí consultar al médico. Los temores se confirmaron. No sé qué se siente cuando se está al borde de la muerte pero yo me sentí morir, en aquel momento miles de electrodos se conectaron a mi cabeza descargando corrientes eléctricas, mi cuerpo parecía no sostenerme y el estómago giraba como el tambor de una lavadora y todo ello pese a que sólo hicieron confirmar mis sospechas pero, una cosa es la sospecha y otra la confirmación. Era el principio de un tortuoso camino.

«Mi reacción»

¿Cómo describir tanto en tan poco espacio? Imposible pero este sería el resumen. La primera reacción es la no aceptación del diagnóstico, hay que consultar a otro especialista; te informas y acudes al más prestigioso pero, desgraciadamente, el final es el mismo. Me sentí invadida por una amalgama de sentimientos, miedo, frustración, enojo, desesperación, en fin, creo que todos los negativos tendrían cabida en esta lista, pero si tengo que destacar alguno serían culpabilidad e impotencia.
Culpabilidad porque me negué a ver la realidad y pretendía que mi madre razonara e hiciera bien las cosas, reñíamos constantemente y el final de estas riñas siempre era el mismo, el llanto, culpándome de mi comportamiento y haciéndome el propósito de cambiar ya que no me gustaba en absoluto pero, era superior a mí y al instante estábamos sumergidas en otra discusión con idéntico resultado. No admitía las soluciones que me ofrecían (centro de día, consultar mi situación con el médico); tardé casi tres infernales años en aceptar la situación y a partir de ese instante las cosas, afortunadamente, cambiaron.
La ayuda profesional fue la salvación, no por ello dejamos de entrar en conflicto de vez en cuando, pero busco estrategias para salir airosa de él y acabar riéndonos. Así, voy evitando discusiones inútiles. Por otro lado acepté que la asistencia al centro de día no significaba abandono, sino todo lo contrario, en él, a través de terapia y estimulación consiguen mantener la independencia y las relaciones sociales por más tiempo y es la mejor opción para el enfermo sin olvidar que para el cuidador supone un descanso que le va a permitir cargar pilas para cuando el familiar regrese al domicilio recibirle en óptimas condiciones. A ello se suma que, desde el primer día, va encantada y nunca puso la mínima objeción.
Pese a todo, son muchas las veces que te preguntas si lo estarás haciendo bien, pero a día de hoy la situación es totalmente distinta a la inicial, cantamos, bailamos, hablamos, salimos, reímos. Es aquí donde empieza la ternura, veo una persona desprotegida, frágil, que necesita todo el amor del mundo, caricias, besos, veo a la persona que fue aunque la de ahora sea una desconocida, veo sus limitaciones y hago todo lo que está en mi mano para que esta sea una historia de amor porque, sí, va perdiendo la cabeza, pero no el corazón.

«Un leve suspiro»

A pesar de que todas las bocas alrededor (familiares, amigos, profesionales) dicen sí, tú permaneces inflexible: NO. Te apodera el sentimiento de culpa y el temor a la reacción negativa. Mantuve esta postura porque yo no buscaba una solución para mí sino para ella, hasta que, finalmente, admití que el centro de día era esa solución, no podía pasar los días inactiva, necesitaba reforzar su actividad no solo mental, también física, de no ser así, el proceso se podría acelerar mucho más. Esto fue lo que me decidió, pensar que todo era por su bien.
Tomada la decisión y hasta la incorporación al centro hubo noches en vela, nervios, temor. Tocaba enfrentarse al primer día que puedo definir como terrible. ¿Cómo responderá?, ¿cuáles serán sus sentimientos?, ¿qué pasará por esa hoja casi en blanco que ahora es su cabeza? El primer día hice incesantes llamadas para asegurarme de que todo iba bien; la hora de regresar a casa parecía no llegar nunca y cuando por fin llegó y vi su cara relajada,  no voy a decir que se esfumara la losa que me aplasta, pero empezó a pesar menos. Afortunadamente, se adaptó de inmediato y a día de hoy va encantada, el trato es excelente, tienen atención, cariño, multitud de actividades, fiestas y, sobre todo, profesionales que les entienden y saben tratarles. Al mismo tiempo, no dejan de lado a la familia, hay talleres, apoyo psicológico, las puertas están siempre abiertas, tanto para consultas como para visitas. Es este respiro el que te permite descansar para poder atenderles, a su regreso, cargados de energía y colmarles del cariño, ternura y atenciones que, por su fragilidad e indefensión, tanto necesitan.
Por todo esto no puedo más que agradecer la existencia de estas ayudas y al mismo tiempo dar gracias a Dios por abrirme los ojos a la realidad antes de que fuera demasiado tarde para disfrutar de ella como lo hago.

Elena Moro

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